Crítica -
Corren buenos tiempos para la literatura nórdica de suspense. El sueco Stieg Larsson es el autor de moda y los títulos de su trilogía Millenium ocupan los primeros puestos de ventas. También Henning Mankell alcanza cifras millonarias. Y probablemente el islandés Arnaldur Indridason (Reykiavik, 1961) sea el tercer nombre de este triunvirato de excelentes autores del hielo. La lectura de La mujer de verde me ha cautivado tanto como aquel El demonio vestido de azul de Walter Mosley hace casi veinte años. Y el inspector Erlendur me ha seducido tanto como Rawlins, pues un autor de novela negra nos secuestra en tanto en cuanto logra crear un personaje que trasciende la trama de cada título. Ahí están Sam Spade, parido por Hammett; mi amado Philip Marlowe (Chandler); Kurt Wallander (Mankell)y ahora el Sveinsson de Indridason.
La mujer de verde cuenta el esclarecimiento de un asesinato cometido hace más de 50 años. Reykiavik se está expandiendo y en una de las excavaciones unos niños encuentran una costilla humana. El caso llega a manos del inspector Erlendur, y la resolución se antoja un tanto compleja, pues el tiempo ha borrado cualquier indicio. Erlendur deberá recopilar la máxima información sobre los terrenos, que sirvieron de campamento de soldados ingleses y americanos en la Guerra Mundial. Pero, además, Erlendur tiene que encontrar a su hija Eva, una joven drogadicta que le ha llamado pidiendo auxilio. Ambos asuntos se solventan satisfactoriamente, pero en esta obra las normas del género se pulverizan y, felizmente, el “asesino” queda sin castigo.
La resolución de un enigma, por lo general un asesinato, es el motor de toda novela negra que se precie, pero en el caso de Indridason incluso llegamos a olvidarnos del asunto argumental. Su riqueza narrativa, el cuidado y sutileza con que describe los detalles más nimios, el interés de las subtramas y, sobre todo, la caracterización de Erlendur, un genuino anti-héroe, son más propias de un buen escritor que de un maestro del género. No en vano la verdadera resolución del caso se sustancia en las últimas páginas, de forma vertiginosa, atrapándonos en un laberinto de confesiones que nos lleva de sorpresa en sorpresa. Para ello debe retrotraerse 50 años hasta el momento del asesinato, en una de las escenas más espeluznantes que recuerdo, tal vez sólo comparable a la de aquella aterradora violación de Temple Drake en Santuario de Faulkner. Uno diría que para Indridason la trama detectivesca no es sino la excusa para narrar asuntos como la violencia de género y la brutalidad familiar.
La traducción, a cargo de Enrique Bernárdez es soberbia, logrando trasmitir la agilidad y frescura del original.
JOSÉ ANTONIO GURPEGUI
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